Lorenzo Ugarte, tiene
etapas aún desconocidas por el público, como la presente muestra, en la que se
exponen por primera vez, lo que él llamaba cuadros
negros.
Para entender esta etapa negra de Lorenzo hay que ubicarle
en la situación histórica, social y personal que estaba viviendo. Ugarte
trabajó en diagramación o maquetación, en el periódico YA, propiedad de la Iglesia, en concreto de Acción
Católica.
La década del setenta
al ochenta estuvo llena de acontecimientos terribles (1) pero el drama que más
alcance tuvo, al menos a nivel popular, fue la guerra del Vietnam, que dura
casi veinte años y termina en 1975. La segunda guerra mundial deja una Alemania
vencida, devastada y dividida, y el ambiente de postguerra lo refleja
magníficamente el escritor alemán Heinrich Böll, que será premio Nobel en 1972,
y que una de sus obras influye profundamente en el ánimo de Lorenzo, Opiniones de un payaso, que en España se
publica en 1973.
La sociedad en
general acusa los efectos de la postguerra, ya sea la propia o la ajena, es una
sociedad que sufre la escombrera de las ciudades, la escasez de alimentos y el
miedo,… H. Böll la llama “edad de la
prostitución”. Y Lorenzo, añadido a todo esto, sufre la presión en su propio
trabajo, donde ve el abuso del poder ejercido por miembros de la Iglesia con descaro,
hipocresía y total impunidad.
En Opiniones de un payaso el protagonista
es el payaso Hans Schnier, hijo de un acaudalado alemán que no se inmuta al ver
a su hijo en la indigencia y que calla las atrocidades vistas y sufridas (la
muerte de su hija que él y su esposa envían voluntariamente a la guerra, que el
otro hijo se haga religioso en vez de seguir el negocio familiar, la utilización
de los niños a través de la educación manipulada, etc.)
La esposa de Lorenzo,
Marianne Paul -perfecta compañera para un artista- es alemana, y de noche ambos
leían y comentaban la obra de Böll. Los problemas económicos y sociales, la
represión política y religiosa y la presión laboral que sufre a diario influyen
definitivamente en su ánimo, lo que le lleva a casi una década de depresión y
retraimiento, pues esta serie negra se
realiza de 1972 a
1978, y sólo cuando ha sacado todo el desengaño y dolor que lleva dentro,
empieza a ver la luz y comienza a trabajar en los cuadros matéricos y
objetuales y a introducir de nuevo el color, sobre todo el azul y el carmín. Esta
serie fue el calvario o descenso a los infiernos que le sirvió de catarsis y regeneración.
Los cuadros carecen de título y fueron los únicos de su producción que no quiso
nunca exponer, y tampoco destruyó ni pintó sobre ellos, como hacia con
frecuencia.
En esta figuración los
soldados visten a la manera de las guerras tradicionales, y como arma llevan el
fusil con la bayoneta calada. Las sogas de esparto y las alambradas representan
la opresión y la falta de libertad, y como signos religiosos pinta: la biblia,
la cruz como madero de sacrificio o emblema, el sacerdote, el cáliz recogiendo
la sangre de un condenado… La cruz, máximo símbolo del cristianismo, es
instrumento de tortura que implica la condena a la Iglesia Católica, como
consentidora o cómplice de las masacres de las guerras y de tantas injusticias.
Los poderosos y los
hombres falsamente importantes, están
representados siempre bien vestidos con chaqué, frac y condecoraciones, y
alimentados en exceso, como contraste a los indigentes, los oprimidos, los
rebeldes y los perseguidos, que están famélicos hasta poder contárseles los
huesos que apenas les sostienen.
Son cuadros pintados
al óleo, donde casi no hay colores, están: el azul atemperado de las medallas y
las bandas de honor; los cascos de los soldados en azul turquesa o verdiazul y
el carmesí del ecce homo, con número
de prisionero, en quermés o grana; y habría que resaltar el amarillo y el rojo,
y sobre todo el blanco y el negro.
El rojo de la sangre es rojo vivo, pluma de
loro o bermellón. El amarillo de las sogas, que ejercen de prisión, a veces
diluido, y el amarillo vivo del cabello de algún poderoso y siempre el del
payaso y su trompeta, en amarillo cadmio o cromo claro, amarillo gualda, flor
de retama o de piorno, amarillo maduro limón o estopa de espantapájaros. El
blanco de las vendas, que cubren las heridas y a veces abarcan todo el cuerpo, no
es un blanco puro y menos aún la piel de los cuerpos que es blanco cebolla o
pergamino, blanco de ostra, de sake o
cerúleo. Y el negro sólo es profundo de humo, de bujía o de marfil en las
cuencas de los ojos y las bocas abiertas, en la tumba del cuadro “libro vip” (con
todas las bendiciones de la cruz), y en el traje del personaje ilustre con
alzacuello, pajarita, rosario y breviario; en los demás cuadros el negro está
matizado, variando entre el negro té, negro teja o uva negra, negro oliva, de
carbón o negro perla, hasta ser un gris marengo o negro gris.
Todas las figuras
representan muertos, muertos de cuerpos o/y muertos de alma, no hay ni un sólo
labio rojo, todos son blancos, blanco álamo o calavera, blanco arroz o de
arcilla, blanco coral o de cáscara de huevo. Y el infinito está en la
profundidad de los ojos vacíos y la boca abierta, túneles directos al averno. No
obstante el color resalta en el conjunto, con la intención de aligerar el
clímax para no asfixiarse por la fuerza y tenebrismo del cuadro, lo que se
ajusta más al calificativo de cuadros
negros que el color, dramatismo que recuerda a El Grito de Munch, una de las mejores disecciones de la angustia
humana (aunque los de Munch sean en tempera, pastel y lápiz), y a las pinturas
negras de Goya (estas sí en óleo), sin desmerecer a ambos en textura,
tratamiento y composición.
La crítica religiosa
es más feroz que la política, aunque existe la posibilidad de que todos los
estamentos estén representados de forma genérica bajo el signo vip, y un cuadro lleva la medalla del Congres, esto sin olvidar que Franco iba
bajo palio.
El poder nunca
perdona dos cosas, la inocencia y la belleza. Esta última representada por la
flor blanca que asesina el soldado con la bayoneta, y la inocencia en esos
cuerpos que viajan al espacio en féretros pequeños de tablones toscos
claveteados, con una expresión de haber vivido el terror, con las cuencas de
los ojos vacías de un negro abisal y la boca en un aullido mudo que increpa al
cielo.
No quiero dejar de
resaltar algo que veo en la serie negra de Ugarte, que va más allá de lo
aparente, y es su transcendencia al tiempo. Tal vez él lo capta de manera
inconsciente, como ocurre siempre que un artista auténtico se mete tanto en la
obra que atrapa lo que los demás no vemos, bien sea el otro lado del espejo, el
inconsciente colectivo o lo que sea la creación. Ese cuadro de siete soldados,
que él llama centuriones con cascos y metralletas, me sugiere que bien pudieran
ser soldados robots, puesto que estamos en una nueva era donde ya son realidad incipiente.
Y no creo equivocarme en esta interpretación, porque habría que añadir, que en
toda la serie como único paisaje parece que no estemos en la tierra, sino en
cualquier planeta estelar, con cráteres, tierra infértil, desierto de cenizas,
brumas, noche nevada y vacío infinito. Y si fuera la tierra, es que habríamos
logrado su total destrucción.
Tal vez fue un
acierto de Ugarte no querer exponer en su momento esta serie, porque hoy se
diría que encaja perfectamente con los tiempos que vivimos de guerras,
terrorismo, hambre, desigualdad social y fanatismo. Hemos retrocedido en
derechos adquiridos, la libertad está coartada, la calidad de vida sólo existe
para unos pocos privilegiados, estamos destruyendo la naturaleza, el miedo va
ganando terreno, los campos de refugiados se están convirtiendo en campos de
concentración y cada vez hay más pobreza y miseria sobre la tierra, sin que se haga
nada por remediarlo.
No se me ocurre mejor
crítica social y de denuncia, con continente y contenido logrado, que estos
cuadros de Lorenzo Ugarte, desgraciadamente de rabiosa actualidad, donde se
pone de manifiesto el dolor humano en ese negro de amplio espectro con esos
ojos huecos y esas bocas que nos gritan desde las entrañas desgarradas, y que
es imposible no oírlas salvo que ya estemos nosotros también muertos.
Scardanelli (2)
(1)
Acontecimientos significativos de la década del 1970 al 1980: auge del
terrorismo (IRA, RAF, ETA, etc.) Guerras (Vietnam, Camboya, Yom Kippur,
Indo-Pakistaní, etc.) Invasión de Irán por los fundamentalistas islámicos.
Ocupación de Uganda. Independencia de Bangladesh. Crisis del petróleo.
Debilitamiento de la URSS
y decadencia del comunismo. Fin de las dictaduras en Grecia, España y Portugal,
...
(2)
Es el nombre con que firma la poeta Encarnación Pisonero los textos
sobre artes plásticas, miembro de AMCA, AECA y AICA.
del 21 de mayo al 16 de junio del 2017
Horario de la galería:
Mañanas X-J-V-S de 12:00 a 14:00 h.
Tardes M-X-J-V de 18:30 a 21:30 h.